No se lo pierdan. Porque Calentamiento es de esos montajes que se recuerdan durante años o, posiblemente, durante toda la vida. Por un montón de razones: Rocío Molina, la bailaora y coreógrafa del espectáculo, la principal. Y para muestra, lo que ocurrió al finalizar el estreno del espectáculo este sábado en el Centro de Danza Matadero de Madrid, que en realidad no tiene final porque la bailaora continúa su taconeo, ya con las luces de sala encendidas, mientras el público entiende que debe ir saliendo. Pero el público, todo en pie ovacionando, permanecía anclado a sus sitios como si no fuera posible abandonar el lugar donde habían transcurrido esas dos horas de talento y espectáculo a bocajarro y, mucho menos, dejar a su protagonista allí, en escena, que seguía taconeando. Entonces, mientras la sala se iba despejando por fin y los espectadores se despegaban de sus localidades y caminaban hacia la salida, con el escenario y Molina a la derecha, el director de cine Pedro Almodóvar se paró frente a ella, se arrodilló y extendió sus manos. Molina, con gesto emocionado, continuó a lo suyo como en un trance escénico entre el agotamiento y la plenitud. Almodóvar se levantó pasados unos segundos, también sobrecogido por las dos horas de acontecimiento escénico que se habían vivido, y le lanzó un beso. La bailaora, sin parar el taconeo de esa tabla de pies que hace desde los 7 años y que explicó al inicio de la función, sonrió de manera tímida. El final de Calentamiento parecía un peregrinaje y Rocío Molina una figura a quien parecía imposible no venerar a su paso.Rocío Molina en ‘Calentamiento’.Simone Fratini (Centro de Danza Matadero)En 2010, tras mostrar su espectáculo Oro viejo en el New York City Center, la estrella de la danza Mikhail Baryshnikov también se arrodilló ante Rocío Molina en los camerinos. Almodóvar, seguramente conocedor de esta anécdota, eligió rendir pleitesía allí mismo, donde se había producido la fascinación escénica y frente a los espectadores que abandonaban la sala. En Calentamiento pasan tantas cosas, algunas casi inauditas, que no es fácil enfrentarse a un análisis sin cometer spoiler. Por supuesto, el acontecimiento que lo sobrevuela todo es la entrega y clarividencia de una artista que ha llegado a lugares, de creación e interpretación, realmente trascendentales. Que se descubre como bailaora que sigue investigando volúmenes corporales desde el flamenco, pero también como actriz, maestra de ceremonias y mujer, en un ejercicio de exigencia artística extrema y un inteligente y medido resultado. En ocasiones, la cara de la bailaora parecía otra y hasta costaba reconocerla en ese estado de entrega total que despliega y que se nota que transita. Aunque Molina ya había trabajado con texto en otros espectáculos, es la primera vez que se aferra a la palabra de principio a fin, mientras baila y baila y baila, y hace chascarrillos, con el humor (“aquí me voy a hacer un María Pagés, mira mis brazos”) y la poesía (“he visto entrar a una mujer con los labios pintados de rojo, una boca que podría devorarse a sí misma”). Y así transcurren los primeros 35 minutos de Calentamiento y calentamiento: con la bailaora a pie de escenario y luz de sala, mientras practica esa tabla de pies que la acompaña desde niña y va contando su método y anécdotas con micrófono en mano sin dejar de taconear. “Si en algún momento esto os parece muy largo os podéis marchar sin problema. ¿Dónde está la chica del abrigo rojo?”. Un momento de ‘Calentamiento’.Simone Fratini (Centro de Danza Matadero)El responsable de estos textos y de la codirección del espectáculo es Pablo Messiez, autor y director de escena argentino que ya ha demostrado en no pocas ocasiones el conocimiento de trabajar con la danza y la práctica exquisita que suele tejer con el movimiento. La suma de su credo junto al del colectivo Cabosanroque en lo escénico, Roberto Martínez en el vestuario y Carlos Marquerie, que ha diseñado una iluminación realmente aguda, elegante, estructuran y sostienen un aparato escénico en el que todo suma, todo cuenta, en una belleza que se aleja de lugares transitados para ofrecer sorpresa y encantamiento (esas sillas que bailan solas). Mención aparte merece la dirección musical de Niño de Elche, que ha compuesto un mosaico flamenco, íntimo y venidero, con el gypsy-rock de los setenta del siglo pasado como masa madre. La música de Las Grecas cruza de varias formas el espectáculo. Hay una contención muy lúcida en lo que podría convertirse en un desparrame. Pero la importancia de lo mínimo, cuando va cargado de significado, es clave y acierto. En lo musical y en la factura total del espectáculo. Las cuatro fabulosas cantaoras (y actrices) que aparecen y desaparecen en un dispositivo escénico, lumínico y musical, completan y condensan con su presencia y voces, esa coherencia dramática que atraviesa Calentamiento.Molina, en un momento del espectáculo.Simone Fratini (Centro de Danza Matadero)A nivel corporal, Molina recorre nuevos quiebros en ese flamenco que retuerce y amasa desde el conocimiento más profundo y la libertad más autorizada. Y visita rincones diferentes en los que se aprecia la herencia de Bob Fosse y el cabaret americano e incluso Loie Fuller y su Danza serpertina. Las sillas de metal, presentes durante las dos horas (con actuación estelar en algunos momentos y una estampa sobrecogedora en la escena final), también parecen rendir tributo a la historia de la danza y rememoran, como sutiles fogonazos, sin insistencia (otro acierto), a escenas míticas de coreografías como ROSAS DANST ROSAS de Anne Teresa De Keersmaeker y Café Müller de Pina Bausch. Rocío Molina dice que no quiere que la fiesta acabe, “si no dejo de empezar es para que no termine”, y esta declaración consigue su culmen hacia el final, cuando la bailaora cruza a lo techno con sorpresa (insólita) incluida. Calentamiento se podrá ver en el Centro de Danza Matadero hasta el próximo domingo 23 de noviembre. Si van a verla (cuando vayan a verla), lleven una flor roja en el bolsillo. Hasta aquí puedo contar.
Almodóvar se hinca de rodillas ante la danza de Rocío Molina | Cultura
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