
Poco antes del comienzo del partido entre Haití y Nicaragua, el vestuario de los haitianos se convierte en una sala hermética. Es un encuentro clave para que su selección regrese a un Mundial de fútbol tras más de cinco décadas, y todos son conscientes de ello. El 9 haitiano, Duckens Nazon, toma la palabra y da uno de esos discursos emocionantes, de los que ponen la piel de gallina: “Hay gente que no tiene nada en sus bolsillos, que cuenta con nosotros. Podemos hacerles sonreír, hacerles llorar de alegría. Démosles eso, como mínimo. No tienen nada, chicos”. La violencia y la inestabilidad política que azotan a Haití obligan a que los partidos de su selección se jueguen en su mayoría en Curazão, una pequeña isla ubicada a unos 800 kilómetros de Puerto Príncipe. Es ahí, en el modesto estadio neutral de Ergilio Hato, donde el pasado martes la selección caribeña logró dar una bocanada de aliento a la cruda realidad que viven los haitianos. Dos goles que se convirtieron en el pase al Mundial de 2026. Haití es el territorio en el que las pandillas secuestraron el futuro de sus 11,7 millones de habitantes. Solo en el último año, el 15% de los niños del país, unos 680.000, se vieron obligados a desplazarse internamente, según datos de Unicef. Es una cifra que duplica a la del año anterior. Pero también son esos datos crudos que pronto quedan desactualizados por las oleadas de violencia. En el país, los jóvenes que sueñan con pisar el césped de los grandes estadios se han acostumbrado a las canchas de tierra. La que ha llevado a que la Federación Haitiana de Fútbol, privada, haya atraído a futbolistas de otros países tirando de sus raíces. La selección se alimenta de los hijos de la diáspora haitiana que ha ido creciendo en las últimas décadas al ritmo de las crisis sucesivas de la nación caribeña. Solo uno de los jugadores que disputaron el encuentro contra Nicaragua como titular había nacido en el país, el centrocampista de 23 años Carl Sainté, jugador del estadounidense Phoenix Rising F. C.Pero toda esa violencia dio un respiro en la noche del martes. Las calles de Puerto Príncipe se llenaron de coches y motos. Los haitianos lucían las banderas rojiazules de su país. El escudo respiraba con tranquilidad por unos instantes. Por fin, un motivo para celebrar en medio del caos. El arquitecto de esa alegría momentánea es el entrenador francés Sébastien Migné, que lleva la batuta del conjunto desde marzo de 2024. Migné nunca ha pisado Haití. “Es imposible porque es demasiado peligroso […] Normalmente vivo en los países donde trabajo, pero aquí no puedo. Ya no hay vuelos internacionales que aterricen allí”, explicó en una entrevista con France Football recogida en los últimos días por diferentes medios. Ahí contaba que, para rastrear a los jugadores locales, los funcionarios de la federación le pasaban datos y los dirigía a distancia.“No tenemos muchos aficionados, pero tenemos el respaldo de nuestra gente”Las ausencias en el terreno de juego con el Inter de Miami de Leo Messi y una lesión que le apartó del césped en septiembre tras un partido contra Honduras llevaron a que el delantero Fafa Picault, 34 años, no entrase en la convocatoria de Migné para el encuentro contra Nicaragua. Pero la noche del martes, prende el televisor. Lleva puesta la camiseta con la que se lesionó ante Honduras y se emociona con los dos goles de sus compañeros. Cuando el árbitro pita el final del partido, Picault estalla. Se quita la camiseta, la tira al aire y celebra la clasificación con sus amigos. “Fue muy difícil porque jugamos muchos de nuestros partidos de local en cancha neutral. No tenemos muchos aficionados […] Las canchas pueden ser muy difíciles y no se siente uno como en casa. Lo que siempre hemos tenido es el apoyo mutuo como grupo y el respaldo de nuestra gente en Haití”, contaba el delantero en una rueda de prensa el pasado miércoles. Y sentenciaba: “No ha sido un camino fácil en absoluto”.El terremoto que arrasó el país en enero de 2010 congeló el desarrollo futbolístico en el territorio. Hubo que esperar hasta 2012 para que la selección volviera a jugar. Y lo hizo como local, esta vez sí en Puerto Príncipe, contra Islas Vírgenes. Ha pasado algo más de una década de ese encuentro y los 26 seleccionados nacionales actuales juegan en clubes de fuera del país. Juntos, cuentan con un valor de mercado de unos 46,6 millones de dólares (40,4 millones de euros), de acuerdo al portal Transfermarket. Un valor similar al delantero británico del Barcelona, Marcus Rashford. En las vitrinas de la selección, hay dos trofeos clave, el de una Copa del Caribe en 2007 y una Copa Concacaf, lograda en 1973. Fue esa segunda la que le proporcionó el pase al Mundial de Alemania 1974, su primera y única participación. Hasta ahora.La gesta de Haití ha sido solo uno de los hitos que esta semana ha dado la Concacaf. En la historia queda el empate de Curazão frente a Jamaica (0-0), que le permitió entrar a la selección local por primera vez a un Mundial de fútbol, pero también ha dejado en la expectativa a Surinam y a la selección jamaicana, que aún podrían llegar al torneo mediante la repesca del próximo mes de marzo. Estados Unidos, Canadá y México ya lograron su pase directo como anfitriones.Al salir del vestuario, los jugadores entran al terreno de juego. No pasa mucho tiempo hasta que Louicius logra el primer gol de un zurdazo en el minuto 8. Poco antes del final del primer tiempo, Providence le da el segundo tanto a Haití con un remate de cabeza. El árbitro pita el final: Haití, 2 -Nicaragua, 0. Leverton Pierre, centrocampista, se tira al suelo. Sonríe. La selección haitiana ha logrado su lugar en el Mundial más grande de la historia, el que llevará a las selecciones a pisar el territorio de los tres países norteamericanos. Ha dado el gran paso en una clasificación en la que otros países con más éxitos futbolísticos como Costa Rica, Honduras o Guatemala han sido eliminados. Haití abre así las puertas a un nuevo reto histórico, el de tratar de pasar la fase de grupos en la que quedó atascada en el Mundial del 74.
Así selló Haití una gesta al clasificarse al Mundial sin pisar un país acorralado por la violencia
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