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Alberto Bachmann, en su clásica An Encyclopedia of the Violin (1925), sostiene que el éxito de la Symphonie espagnole, Op. 21, de Édouard Lalo, radica en que “ofrece alarde de virtuosismo sin dejar de ser profundamente musical”. Este pedagogo ginebrino añade observaciones precisas sobre la versión que escuchó de esta obra para violín y orquesta, compuesta en 1874, a cargo de su dedicatario, el legendario Pablo de Sarasate: “Ningún otro violinista ha logrado tocarla con un arte tan prodigioso, combinando gracia, brillo nítido y una vitalidad desconcertante en un grado tan notable”.Más informaciónResulta especialmente revelador relacionar las observaciones de Bachmann con la impresionante interpretación que ofreció la joven violinista María Dueñas (Granada, 22 años) el pasado viernes 14 en el Auditorio de Zaragoza. Una actuación enmarcada en una gira internacional junto a la Chamber Orchestra of Europe (COE) bajo la dirección de Antonio Pappano, iniciada el día 11 en Valencia y que culminará el 22 en la localidad austríaca de Eisenstadt, tras pasar por Madrid, Sevilla, Ferrara y Berlín.Dueñas impuso su carácter desde el primer solo del allegro non troppo. No dejó de acentuar con fantasía los tresillos que atraviesan todo el movimiento, dotándolos de un inconfundible sabor español. Sin embargo, sus impecables alardes de virtuosismo no eclipsaron la ternura del segundo tema, donde insistió en el dolce, extremando la dinámica y coloreando sus frases con exquisitos portamentos. En el arranque del movimiento siguiente, scherzando, evocó el refinado deslizamiento sobre la segunda cuerda que, según Bachmann, solía realizar Sarasate, y sobrevoló el resto con una mezcla de fantasía e ingravidez propia del aire de seguidilla que impregna la pieza.El director Antonio Pappano muy pendiente de la violinista María Dueñas durante la ‘Symphonie espagnole’ de Lalo, el 14 de noviembre en Zaragoza.Auditorio de ZaragozaVolvió a deslumbrar en el intermezzo central. Su naturalidad para cantar esta evocación de la habanera anterior a la ópera Carmen —y seguramente también inspirada en El arreglito de Sebastián Iradier— fue simplemente prodigiosa. Impecable en las múltiples cascadas de notas y golpes de arco, dotó su discurso musical de sutiles matices dinámicos admirablemente proyectados con el violín Nicolò Gagliano que toca, cedido por la Deutsche Stiftung Musikleben. En el cuarto movimiento, andante, volvió a fascinar por su fantasía para frasear y colorear el sonido, pero también por su aplomo al afrontar la breve y exigente cadencia.No obstante, a esta inolvidable interpretación de la Symphonie espagnole le faltaba aún el colofón de vitalidad que trajo el rondó final. Fue otra deslumbrante exhibición de virtuosismo, con pasajes de extraordinaria claridad y admirable precisión, pero sin renunciar en ningún momento a realzar la musicalidad de la obra. Así lo comprobamos en el pasaje más reposado, donde Lalo evoca una apasionada malagueña y Dueñas amplió su paleta expresiva hasta alcanzar un pianissimo casi susurrado al oído de cada espectador.Antonio Pappano dirigiendo Dvořák a la Chamber Orchestra of Europe, con su violonchelo principal, el barcelonés Pau Codina, en el centro, el 14 de noviembre en Zaragoza.Auditorio de ZaragozaLas inmensas ovaciones del público propiciaron dos propinas. La primera fue una elegante deferencia hacia la excelente cuerda de la orquesta, con un arreglo de El cant dels ocells, el villancico tradicional catalán popularizado por Pau Casals como símbolo de paz, aunque en esta ocasión con violín solista a la que se sumó un pequeño solo final del barcelonés Pau Codina, violonchelista principal de la COE. La segunda fue el Vals triste (1913) del virtuoso húngaro Franz von Vecsey, interpretado sin acompañamiento pianístico. Una muestra final del estilo rapsódico de Dueñas, con su inconfundible forma de culebrear con el tempo y la dinámica, que tanto ha fascinado en su más reciente grabación para Deutsche Grammophon, donde magnifica musicalmente los endiablados caprichos de PaganiniUna parte importante del éxito de la primera mitad del concierto, centrada en María Dueñas y la Symphonie espagnole, radicó en el excelente acompañamiento de la Chamber Orchestra of Europe, dirigida por Antonio Pappano. Una orquesta de lujo y un director excepcional que supieron realzar el carácter y las múltiples inflexiones musicales de la obra de Lalo. A esa excelencia aludía el propio Pappano en un vídeo grabado en Bolonia durante la preparación de esta gira, en el que evocaba la pervivencia del espíritu de Claudio Abbado en esta orquesta fundada en 1981, así como también la huella de Nikolaus Harnoncourt.La segunda parte del programa se limitó a las ocho Danzas eslavas op. 46, compuestas por Antonín Dvořák en 1878 y orquestadas por él mismo tras el éxito editorial de la versión original para piano a cuatro manos. Obras habituales como propinas, pero poco frecuentes como núcleo único de un programa. En todo caso, la interpretación fue impecable dentro de un planteamiento coherente, unificado por la evocación de danzas españolas y checas.Imagen de la sección de viento de la Chamber Orchestra of Europe con la salmantina Clara Andrana (primera flautista por la derecha) y el valenciano Paco Varoch (primero por la izquierda con el flautín), el 14 de noviembre en ZaragozaAuditorio de ZaragozaPappano gestionó con acierto los contrastes del furiant inicial, alternó la melancolía y la vivacidad en la dumka que le siguió, y halló la ligereza en la polka. El carácter pastoral y cálido de la sousedská resultó convincente, no faltó un toque de efectismo en la frenética skočná en la mayor, y se subrayó la elegancia rústica de la siguiente sousedská. A la séptima danza, otra skočná pero en do menor, le faltó teatralidad, y el ciclo concluyó con un impetuoso y bien articulado furiant.La confirmación de lo monótono de este programa dedicado íntegramente a las danzas eslavas del primer Dvořák llegó con la propina, introducida por el propio Pappano, que se dirigió al público en español para agradecer su cálida acogida y añadió: “tenemos una danza más y puede que sea la más bonita de todas”. A continuación, se escuchó la bellísima mazurca en mi menor, segunda de las Danzas eslavas op. 72, compuestas entre 1886 y 1887 por un Dvořák más maduro desde el punto de vista sinfónico. Sin duda, habría sido un ciclo más atractivo por su orquestación más elaborada y su mayor riqueza musical. En cualquier caso, esta pieza ofrecida como propina fue lo mejor de la segunda parte, gracias a las inflexiones melancólicas en la cuerda y los giros naturalistas en la madera, donde destacó la salmantina Clara Andrada, flautista solista del conjunto.

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