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Olivia tiene 12 años. Sabe que su mundo no va bien, que su madre, una aspirante a actriz llamada Ingrid, no logra ganar dinero, y que ya le quedan pocos trucos para engañar a su hermano pequeño, Tim, para que no descubra que van a perder su casa. Esa niña que esconde su propio miedo ante su familia es la protagonista de Olivia y el terremoto invisible, de Irene Iborra (Alicante, 49 años), la película de animación que ha logrado este martes dos candidaturas al cine europeo —en las que también han entrado Sirât y Tardes de soledad—, en las categorías de mejor película y mejor película de animación, que se entregarán el 17 de enero de 2026 en Berlín. El filme llega este viernes 21 a las salas españolas tras estrenarse en el festival de Annecy, la meca de la animación.Más informaciónOlivia y el terremoto invisible es el tercer largometraje realizado en stop motion de la historia del cine español. La técnica requiere infinitas dosis de paciencia y un equipo técnico bien conjuntado. “Desde que empezamos con el guion hasta ahora han transcurrido siete años”, recuerda su creadora, que contó en la redacción del libreto con Maite Carranza, autora de la novela La película de la vida, de la que nace la historia. “Para el rodaje estuvimos un año”, algo que, confiesa, no le desesperó, pero… “Siempre hay dudas. Desde que la estrenamos en Annecy estoy alucinando con el grado de conexión de un público tan diverso con la historia. Porque se ha proyectado en países donde, a lo mejor, no sufren el problema de los desahucios por hipotecas abusivas, aunque sí conectan con las familias monoparentales y sus dificultades, con esas madres que bregan por sacar a los suyos adelante, o con la amalgama de un barrio conformado por la inmigración. Todos estamos un poco huérfanos por el individualismo generado por el capitalismo. Y el caso es que a la gente le emociona ver cómo se forma la comunidad y cómo la comunidad puede transformar las cosas”.Un momento de ‘Olivia y el terremoto invisible’.Aunque sea solo el tercer largo español en stop motion, esa técnica lleva muy presente en la animación española desde sus inicios, y en muchas ocasiones esos cortos y esos anuncios —se usa mucho en publicidad— los comandaban directoras. Además, la Comunidad Valenciana siempre ha sido una potencia en el sector. Iborra lleva mucho tiempo dedicada a esta animación y tiene algunas armas con las que encararla: “La paciencia es clave. La paciencia y luego diría que la pareja de la paciencia es la resistencia. Porque tienes que resistir esos momentos en que te preguntas: ‘Pero ¿en qué momento pensé yo que esto era una buena idea?”.Un momento del rodaje de ‘Olivia y el terremoto invisible’.Por eso, por ese desarrollo tan prolongado, los largometrajes de stop motion buscan temas atemporales, bien en clásicos populares, como Pinocho, de Guillermo del Toro, y James y el melocotón gigante o Coraline, ambas de Henry Selick; bien en mundos propios, como las más exitosas de la productora Aardman. “Para mí era crucial que hubiera un material que pudiera sostenerse en el tiempo. Al empezar le preguntaba a Maite: ‘Cuando estrenemos, ¿seguirá de actualidad el drama de los desahucios?’. Por eso, la película no habla solo de eso, aunque, por desgracia, su actualidad se mantiene”, cuenta Iborra. Además, la animadora luchó por no realizar una película nicho, sino que estuviera abierta a todo tipo de públicos.“Para mí los filmes solo tienen sentido si son pensados para todos, y sabía que la novela, que trata temas delicados para lectores adultos e infantiles, era la mejor base posible”. Tuvo claro su referente: “La vida de Calabacín, del suizo Claude Barras. También tiene un niño como protagonista, también habla de problemas que afectan a toda la sociedad. Logró llegar a público de todo el mundo… Es una maravilla”.Caras con diferentes gestos para un personaje de ‘Olivia y el terremoto invisible’.Desde el año pasado, la Academia Europea de Cine ha decidido que las películas candidatas en los apartados a mejor largo documental y a mejor largo de animación automáticamente también compitan en mejor película del año. Así lograron su doble candidatura en la anterior edición El sueño de la sultana, de Isabel Herguera, y Dispararon al pianista, de Fernando Trueba y Javier Mariscal. “Estamos superfelices con nuestra nominación”, explica la cineasta. “Somos una película muy europea: hasta cuatro países del continente han participado en nuestra producción, y a ellos hemos sumado Chile”. Un momento de ‘Olivia y el terremoto invisible’.Entre sus rivales, las grandes favoritas son las francesas Arco y La pequeña Amélie. “Para comprender lo complicada que es una producción en stop motion, hay que fijarse que de las ocho películas que pasamos el primer corte antes de las nominaciones, solo Olivia y la checa estaban realizadas con esta técnica. A mí, al menos, ya no me quitan el viaje a Berlín, cierra entre risas.Una de las escenografías en el rodaje de ‘Olivia y el terremoto invisible’. de Irene Iborra.Aunque provenga de material ajeno, Olivia y el terremoto invisible compendia las obsesiones artísticas de Iborra: “De manera inconsciente, he ido imprimiéndolas en pantalla. Obviamente, yo formo con mi hija una familia monoparental. Hay una resonancia importante, aunque no he llegado al extremo de las desventuras de los protagonistas… Pero sí he vivido ciertas cosas que están en la película. Y no solo yo, sino que en mi entorno hay muchas familias de este tipo que cuando ven la película se sienten muy representadas. Creo, como pasa en el filme, que al final, en la vida, se construye una familia de corazón”.

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